2ª Etapa Portomarín – Palas de Rei

Lunes, 3 de Abril del 2.023

ruta 2 etapa Portomarín - Palas

En Portomarín he reservado litera en el albergue Ferramentero, a mano izquierda según pasas el puente que accede al pueblo. Situado a orillas del rio Miño, con unas vistas impresionante y por tal solo 12€ la litera. Además tienen opción de reservar el desayuno por 2.5€ con opción a café, tostada o bollería y por un euro más zumo natural. 

El albergue cuenta con 132 literas y ese día están todas ocupadas. Entras a una especia de sala grande, enorme llena de literas apiladas en filas unas seis o siete literas por fila. A mi me toca una litera de los laterales, que por un lado viene bien porque tienes los enchufes de la pared a mano, cosa que las literas del medio, no tienen opción, pero por otro lado estás en medio del paso a la lavandería o lavabos, por lo que el trasiego de gente es continuo.

Algo bueno que tiene, es que tiene “toque de queda·, es decir, a las nueve y media, se apagan las luces y todo el mundo a dormir, lo cual me parece perfecto para poder descansar y respetar al resto. Pero se cumple a medias, con tanta gente, es normal que uno hable, el otro se ría o el de más allá se tire un pedo, si eso pasó. Yo estaba con los tapones puestos y lo oí, nítidamente, largo, sonoro, que quien fuera, se quedó bien a gusto, con las consiguientes risas del resto del peregrinos. Anécdota de albergue, es lo normal, o eso entiendo yo.

He dormido bien, me levanto a eso de las siete, no porque quieras o no, porque ya a esa hora, todo el mundo empieza a funcionar, el que quiere salir pronto para iniciar el camino al alba, como el que se quiere duchar antes de salir o cómo me pasó a mi, porque quieres desayunar antes de salir.

El albergue está al lado del inicio del camino. La mañana nos sorprende con una intensa niebla, de las que te cala de humedad y con mucha sensación de frío. Toca abrigarse, no hay problema. Nada más salir del pueblo, un puente te lleva a una intersección con un cartel informativo donde te hace elegir entre tomar el camino de la derecha o el de la izquierda. Los kilómetros son más o menos igual, el tiempo de recorrido cambia entre uno y otro. Es el tradicional o el histórico. este último da la impresión que pasa por más pueblos. Elijo el tradicional, hoy me apetece campo, elijo el intenso a mierda de vaca, a estiércol que durante casi todo el camino te acompaña, luego hasta lo echas de menos.

La etapa empieza dura, los primeros kilómetros son cuesta arriba, en algunos de los tramos te encuentras con inclinaciones importantes. Aquí es donde los bastones cumplen su función y toca apretar los dientes para subir esos trechos y por obligación, a los pocos minutos ya ni tienes frío ni nada.

Llegas a un alto y mirar atrás para ver cómo estas por encima de la niebla, es uno de esos momentos que deseaba vivir al venir al camino. Los paisajes son una pasada, ese clima único de Galicia es lo que hace este camino mágico e inolvidable.

Una de las cosas que había leído antes de iniciar el camino era que, de vez en cuando te salgas de las indicaciones, que no te dé pereza por ir a algún pueblo cercano si sabes que hay algo interesante, que no dejes de visitar iglesias o ermitas. 

Eso me paso en un tramo de esta etapa, vi un camino a mi izquierda y a pocos metros un cartel. Por curiosidad, me acerque a mirar. Indicaba que podías acceder a unas ruinas de una antigua población galega el Castro Celta de Castromayor. Ese momento os lo dejo plasmado en estos dos videos. Juzga tu mismo si mereció la pena. A mí, si me lo pareció.

El camino continua cómo empezaba, más subidas, acompañadas de otras tantas bajadas. Unas más suaves y otras importantes. Entre esos rompe piernas, también debes de cruzar por poblaciones con poca gente, había más animales que humanos. Ayuda al peregrino

Había oído, que durante el camino, la gente de esos pueblos suelen ofrecer fruta o bebida a los peregrinos, que era normal. Yo no tuve la suerte de ver nada de eso, a parte del poco transito local, las casas permanecían todas cerradas a cal y canto, dando sensación de estar vacías, que no deshabitadas. En ese paso, visitas algunos comercios pequeños que sobreviven en esos pueblos donde te venden recuerdos, o algunas cosas de la zona, pero son pocos, los justos para aprovechar y seguir sellando la credencial. En uno de ellos aproveche para comprar mi concha y colgarla de la mochila. Lo primero que hizo parar e interesarme fue su nombre “Peter Punk”. Fuera una mesas con todo tipo de imanes, azulejos, conchas…al otro lado, un muro con una especia de jardinera, llena de botas viejas convertidas en macetas, lo que me hacía pensar que ese sitio sería propiedad de gente joven, seguramente algo hippies, pero al entrar en ese pequeño local con todas las parece llenas de más souvenirs, al fondo un pequeño mostrador protegido con una mampara de cristal, seguramente residuo del Covid y detrás de el, dos entrañables viejecitos que te descoloca, al no ser lo que esperabas, pero a la vez, te llena de ternura verles, me animo a imaginar que parecen pareja y que gracias a ese pequeño negocio, pueden pasar más tiempo juntos igual del que pasaron anteriormente. 

Otro de los qué me llamo mucho la atención, fue cuando al acceder a uno de esos pueblos, se me acerca una niña de unos ocho años, rubia, con unos ojos azules impresionantes, era como un ángel en el camino y me dice que si deseo tomar un café o agua gratis. No la digo que no, al revés, me intereso, pero sobre todo por saber que hacía esa preciosa niña allí. Continua preguntándome si tenía albergue para dormir, que allí lo podía hacer gratis también. Mientras no parábamos de andar y es cuando llegas a una casa con mucha gente en la puerta, donde una mujer de edad media toma el relevo de la pequeña para informarme de que efectivamente puedo tomar lo que quiera gratis e incluso hospedarme en esa casa. Me explica que ella y su marido junto a otra pareja y sus hijos, entre los que se encontraba la pequeña, vienen de varios puntos de Madrid en periodos donde los niños no tienen escuela para inculcarles la ayuda a los demás, en este caso a los peregrinos. Le alabo el gusto y ese buen hacer mientras me invita a entrar, donde a la izquierda hay un pequeño mostrador con un chaval de unos quince años con una sonrisa que llama la atención, se ofrece a ponerme el sello en la credencial, se le ve feliz, muy feliz. El resto de esa entrada a la casa, está llena de mesas con garrafas donde hay café, agua, limonada, té y galletas. En ningún momento me pidieron nada, ni la voluntad, tampoco vi ni un plato o recipiente tipo “bote” o “hucha” para que el que quiera aporte algo. Me lleve una autentica sensación de bienestar, de haber vivido la generosidad en un nivel que no había visto anteriormente, a lo que sumado a lo que esos niños estaban recibiendo a cambio de solo su presencia, de solo sonrisas, me hace creer en que ese mundo que imagino lleno de amor y sin odio, podría ser posible si todos pusiéramos más de nuestra parte. Esto es parte del CAMINO, estás son experiencias que te llevas en la mochila del corazón.

El camino sigue transcurriendo en un continuo sube baja. El entorno siempre repleto de verde, donde en cada esquina puedes disfrutar de un montón de detalles.

Después de casi ocho horas de caminata, consigo llegar a Palas de Rei. Etapa dura que simplemente es el preludio para lo que me espera mañana, la etapa reina, la más larga por lo que toca descansar bien.

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